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Yurihito Otsuki viene del temblor orgiástico de diez mil islas adolescentes; de
una crisálida que rivaliza con la flor de los cerezos; de un simbolismo interioriza-
do de las obras de Blake, Odilon Redon y Moreau. De Poe, ese misterio germinal
que armoniza y embriaga. Del onirismo de Albert Pinkham Ryder. De una in-
quietud intelectual tocada por las antenas de la eternidad, que le convierte en un
tanka construido con el sonido de un koto que organa cantos augurales, Gonzalo de Berceo habla de los bosques
«en cuya sombra suelen las aves organar».
Y en estas, me muestra su empresa actual, y me pide que me una a su ven-
tura, en Visiones de la poesía. ¿En qué consiste esta prueba de fidelidad y creati-
vidad del pintor gurriato? Su sensibilidad ha conectado con los mundos de Sor
Juana Inés de La Cruz, Rubén Darío y Juana de Ibarbourou, de una parte, la
proyección americana de la lengua española y su vitalidad. De otra, dos poetas
cercanos a su andadura existencial, por motivos distintos: Julia Sáez-Angulo y
Pablo Méndez. De cada uno ha elegido cuatro poemas, que aquí acompañan a
las pinturas correspondientes, traduciéndolos en otras tantas visiones.
¿Cómo se conforma su lenguaje plástico? De un modo particular, en un espa-
cio donde confluyen sinergias de generosas energías ¿Cómo iba a ser si no, la obra
de un japonés mediterráneo! Con una fuerte impronta de Francis Picabia, va cons-
truyendo las escenas y los personajes, propiciando una figuración muy cercana a
la de los pintores de la generación del veintisiete, como Moreno Villa. Yurihito
coge la guitarra y canta un haiku con ritmo de bulería asoleá, como García Lorca
cuando canta a Whitman con cadencias de Rubén y sin esquivar su eco andalusí.
He hablado de pájaros. Y es que Yurihito Otsuki participa del hechizo del
vuelo de los pájaros, que pertenecen a la vida, que no saben de fronteras, que
son de donde vuelan, libres como el aire, limpios y azules. Y todo eso se imbri-
ca en su arte, que emerge de su sensibilidad y su sentimiento.
Ha logrado establecer un icono, que le identifica. Un cante por vidalitas, que
ensambla simbolismo y surrealismo, el pop y Arshile Gorky, el agua y el cielo,
sueño y realidad, ofreciendo unas estampas oníricas, metafísicas, por donde se
pasea una personalidad única. Yurihito echa mano de todo: de lo religioso y lo
pagano, del catolicismo y el budismo, del amor y el desamor, del desenfreno
orgiástico de la lengua de Rubén y del barroquismo teresiano de Sor Juana Inés,
de la luminosidad de Juana de Ibarbourou y de la interiorización de Julia Sáez-
Angulo; del mundo clásico y de lo actual, como Pablo Méndez. En Sor Juana
Inés de la Cruz convergen el culteranismo y el conceptismo; Rubén Darío mete
el modernismo en la lengua española, el simbolismo, acendra el casticismo y se
convierte en un dios mayor de la musicalidad de la palabra. Juana de Ibarbourou
desnuda y afianza el papel de la poeta, de la mujer que escribe, sin requilorios,
del erotismo del amor. Coetáneos nuestros, Sáez-Angulo erotiza con tono ibar-
bouresco y Méndez busca el agua que pueda calmar su sed. Julia Sáez-Angulo,
también crítica de arte, ha escrito con continuidad de la obra de Otsuki, lo que
avala su presencia y su elección.
«Yuri» es fiel a lo que ama: una mentalidad japonesa a la que ni quiere ni
puede renunciar, y muchos hábitos españoles, pasados por la estructura herreria-
na escurialense. Fantásticos su desparpajo y su bendita ironía: uno se encuentra
un mar en llamas, a Rubén ante unas reencarnaciones misteriosas, a damas na-
vegando con efebos entre mares de estrellas, a Homero en una suerte de espacio
metafísico, que evoca a De Chirico; una brazada de amanecer con un Monaste-
rio en lontananza, mientras los paraguas del entrelubricán protegen su misterio,
en solitarios callejones venecianos, que canalizan su llanto y el lamento de los
poetas que no saben que no están solos. Porque cada poeta cuenta con un alma
que le adora, en el abismo de la obscuridad o la distancia, sépalo o no.
                                                                                                                Tomás Paredes
                                                                                                                Presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte/AICA Spain

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Yurihito Otsuki viene del temblor orgiástico de diez mil islas adolescentes; de
una crisálida que rivaliza con la flor de los cerezos; de un simbolismo interioriza-
do de las obras de Blake, Odilon Redon y Moreau. De Poe, ese misterio germinal
que armoniza y embriaga. Del onirismo de Albert Pinkham Ryder. De una in-
quietud intelectual tocada por las antenas de la eternidad, que le convierte en un
tanka construido con el sonido de un koto que organa cantos augurales, Gonzalo de Berceo habla de los bosques
«en cuya sombra suelen las aves organar».
Y en estas, me muestra su empresa actual, y me pide que me una a su ven-
tura, en Visiones de la poesía. ¿En qué consiste esta prueba de fidelidad y creati-
vidad del pintor gurriato? Su sensibilidad ha conectado con los mundos de Sor
Juana Inés de La Cruz, Rubén Darío y Juana de Ibarbourou, de una parte, la
proyección americana de la lengua española y su vitalidad. De otra, dos poetas
cercanos a su andadura existencial, por motivos distintos: Julia Sáez-Angulo y
Pablo Méndez. De cada uno ha elegido cuatro poemas, que aquí acompañan a
las pinturas correspondientes, traduciéndolos en otras tantas visiones.
¿Cómo se conforma su lenguaje plástico? De un modo particular, en un espa-
cio donde confluyen sinergias de generosas energías ¿Cómo iba a ser si no, la obra
de un japonés mediterráneo! Con una fuerte impronta de Francis Picabia, va cons-
truyendo las escenas y los personajes, propiciando una figuración muy cercana a
la de los pintores de la generación del veintisiete, como Moreno Villa. Yurihito
coge la guitarra y canta un haiku con ritmo de bulería asoleá, como García Lorca
cuando canta a Whitman con cadencias de Rubén y sin esquivar su eco andalusí.
He hablado de pájaros. Y es que Yurihito Otsuki participa del hechizo del
vuelo de los pájaros, que pertenecen a la vida, que no saben de fronteras, que
son de donde vuelan, libres como el aire, limpios y azules. Y todo eso se imbri-
ca en su arte, que emerge de su sensibilidad y su sentimiento.
Ha logrado establecer un icono, que le identifica. Un cante por vidalitas, que
ensambla simbolismo y surrealismo, el pop y Arshile Gorky, el agua y el cielo,
sueño y realidad, ofreciendo unas estampas oníricas, metafísicas, por donde se
pasea una personalidad única. Yurihito echa mano de todo: de lo religioso y lo
pagano, del catolicismo y el budismo, del amor y el desamor, del desenfreno
orgiástico de la lengua de Rubén y del barroquismo teresiano de Sor Juana Inés,
de la luminosidad de Juana de Ibarbourou y de la interiorización de Julia Sáez-
Angulo; del mundo clásico y de lo actual, como Pablo Méndez. En Sor Juana
Inés de la Cruz convergen el culteranismo y el conceptismo; Rubén Darío mete
el modernismo en la lengua española, el simbolismo, acendra el casticismo y se
convierte en un dios mayor de la musicalidad de la palabra. Juana de Ibarbourou
desnuda y afianza el papel de la poeta, de la mujer que escribe, sin requilorios,
del erotismo del amor. Coetáneos nuestros, Sáez-Angulo erotiza con tono ibar-
bouresco y Méndez busca el agua que pueda calmar su sed. Julia Sáez-Angulo,
también crítica de arte, ha escrito con continuidad de la obra de Otsuki, lo que
avala su presencia y su elección.
«Yuri» es fiel a lo que ama: una mentalidad japonesa a la que ni quiere ni
puede renunciar, y muchos hábitos españoles, pasados por la estructura herreria-
na escurialense. Fantásticos su desparpajo y su bendita ironía: uno se encuentra
un mar en llamas, a Rubén ante unas reencarnaciones misteriosas, a damas na-
vegando con efebos entre mares de estrellas, a Homero en una suerte de espacio
metafísico, que evoca a De Chirico; una brazada de amanecer con un Monaste-
rio en lontananza, mientras los paraguas del entrelubricán protegen su misterio,
en solitarios callejones venecianos, que canalizan su llanto y el lamento de los
poetas que no saben que no están solos. Porque cada poeta cuenta con un alma
que le adora, en el abismo de la obscuridad o la distancia, sépalo o no.
                                                                                                                Tomás Paredes
                                                                                                                Presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte/AICA Spain
Yurihito Otsuki viene del temblor orgiástico de diez mil islas adolescentes; de
una crisálida que rivaliza con la flor de los cerezos; de un simbolismo interioriza-
do de las obras de Blake, Odilon Redon y Moreau. De Poe, ese misterio germinal
que armoniza y embriaga. Del onirismo de Albert Pinkham Ryder. De una in-
quietud intelectual tocada por las antenas de la eternidad, que le convierte en un
tanka construido con el sonido de un koto que organa cantos augurales, Gonzalo de Berceo habla de los bosques
«en cuya sombra suelen las aves organar».
Y en estas, me muestra su empresa actual, y me pide que me una a su ven-
tura, en Visiones de la poesía. ¿En qué consiste esta prueba de fidelidad y creati-
vidad del pintor gurriato? Su sensibilidad ha conectado con los mundos de Sor
Juana Inés de La Cruz, Rubén Darío y Juana de Ibarbourou, de una parte, la
proyección americana de la lengua española y su vitalidad. De otra, dos poetas
cercanos a su andadura existencial, por motivos distintos: Julia Sáez-Angulo y
Pablo Méndez. De cada uno ha elegido cuatro poemas, que aquí acompañan a
las pinturas correspondientes, traduciéndolos en otras tantas visiones.
¿Cómo se conforma su lenguaje plástico? De un modo particular, en un espa-
cio donde confluyen sinergias de generosas energías ¿Cómo iba a ser si no, la obra
de un japonés mediterráneo! Con una fuerte impronta de Francis Picabia, va cons-
truyendo las escenas y los personajes, propiciando una figuración muy cercana a
la de los pintores de la generación del veintisiete, como Moreno Villa. Yurihito
coge la guitarra y canta un haiku con ritmo de bulería asoleá, como García Lorca
cuando canta a Whitman con cadencias de Rubén y sin esquivar su eco andalusí.
He hablado de pájaros. Y es que Yurihito Otsuki participa del hechizo del
vuelo de los pájaros, que pertenecen a la vida, que no saben de fronteras, que
son de donde vuelan, libres como el aire, limpios y azules. Y todo eso se imbri-
ca en su arte, que emerge de su sensibilidad y su sentimiento.
Ha logrado establecer un icono, que le identifica. Un cante por vidalitas, que
ensambla simbolismo y surrealismo, el pop y Arshile Gorky, el agua y el cielo,
sueño y realidad, ofreciendo unas estampas oníricas, metafísicas, por donde se
pasea una personalidad única. Yurihito echa mano de todo: de lo religioso y lo
pagano, del catolicismo y el budismo, del amor y el desamor, del desenfreno
orgiástico de la lengua de Rubén y del barroquismo teresiano de Sor Juana Inés,
de la luminosidad de Juana de Ibarbourou y de la interiorización de Julia Sáez-
Angulo; del mundo clásico y de lo actual, como Pablo Méndez. En Sor Juana
Inés de la Cruz convergen el culteranismo y el conceptismo; Rubén Darío mete
el modernismo en la lengua española, el simbolismo, acendra el casticismo y se
convierte en un dios mayor de la musicalidad de la palabra. Juana de Ibarbourou
desnuda y afianza el papel de la poeta, de la mujer que escribe, sin requilorios,
del erotismo del amor. Coetáneos nuestros, Sáez-Angulo erotiza con tono ibar-
bouresco y Méndez busca el agua que pueda calmar su sed. Julia Sáez-Angulo,
también crítica de arte, ha escrito con continuidad de la obra de Otsuki, lo que
avala su presencia y su elección.
«Yuri» es fiel a lo que ama: una mentalidad japonesa a la que ni quiere ni
puede renunciar, y muchos hábitos españoles, pasados por la estructura herreria-
na escurialense. Fantásticos su desparpajo y su bendita ironía: uno se encuentra
un mar en llamas, a Rubén ante unas reencarnaciones misteriosas, a damas na-
vegando con efebos entre mares de estrellas, a Homero en una suerte de espacio
metafísico, que evoca a De Chirico; una brazada de amanecer con un Monaste-
rio en lontananza, mientras los paraguas del entrelubricán protegen su misterio,
en solitarios callejones venecianos, que canalizan su llanto y el lamento de los
poetas que no saben que no están solos. Porque cada poeta cuenta con un alma
que le adora, en el abismo de la obscuridad o la distancia, sépalo o no.
                                                                                                                Tomás Paredes
                                                                                                                Presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte/AICA Spain
Yurihito Otsuki viene del temblor orgiástico de diez mil islas adolescentes; de
una crisálida que rivaliza con la flor de los cerezos; de un simbolismo interioriza-
do de las obras de Blake, Odilon Redon y Moreau. De Poe, ese misterio germinal
que armoniza y embriaga. Del onirismo de Albert Pinkham Ryder. De una in-
quietud intelectual tocada por las antenas de la eternidad, que le convierte en un
tanka construido con el sonido de un koto que organa cantos augurales, Gonzalo de Berceo habla de los bosques
«en cuya sombra suelen las aves organar».
Y en estas, me muestra su empresa actual, y me pide que me una a su ven-
tura, en Visiones de la poesía. ¿En qué consiste esta prueba de fidelidad y creati-
vidad del pintor gurriato? Su sensibilidad ha conectado con los mundos de Sor
Juana Inés de La Cruz, Rubén Darío y Juana de Ibarbourou, de una parte, la
proyección americana de la lengua española y su vitalidad. De otra, dos poetas
cercanos a su andadura existencial, por motivos distintos: Julia Sáez-Angulo y
Pablo Méndez. De cada uno ha elegido cuatro poemas, que aquí acompañan a
las pinturas correspondientes, traduciéndolos en otras tantas visiones.
¿Cómo se conforma su lenguaje plástico? De un modo particular, en un espa-
cio donde confluyen sinergias de generosas energías ¿Cómo iba a ser si no, la obra
de un japonés mediterráneo! Con una fuerte impronta de Francis Picabia, va cons-
truyendo las escenas y los personajes, propiciando una figuración muy cercana a
la de los pintores de la generación del veintisiete, como Moreno Villa. Yurihito
coge la guitarra y canta un haiku con ritmo de bulería asoleá, como García Lorca
cuando canta a Whitman con cadencias de Rubén y sin esquivar su eco andalusí.
He hablado de pájaros. Y es que Yurihito Otsuki participa del hechizo del
vuelo de los pájaros, que pertenecen a la vida, que no saben de fronteras, que
son de donde vuelan, libres como el aire, limpios y azules. Y todo eso se imbri-
ca en su arte, que emerge de su sensibilidad y su sentimiento.
Ha logrado establecer un icono, que le identifica. Un cante por vidalitas, que
ensambla simbolismo y surrealismo, el pop y Arshile Gorky, el agua y el cielo,
sueño y realidad, ofreciendo unas estampas oníricas, metafísicas, por donde se
pasea una personalidad única. Yurihito echa mano de todo: de lo religioso y lo
pagano, del catolicismo y el budismo, del amor y el desamor, del desenfreno
orgiástico de la lengua de Rubén y del barroquismo teresiano de Sor Juana Inés,
de la luminosidad de Juana de Ibarbourou y de la interiorización de Julia Sáez-
Angulo; del mundo clásico y de lo actual, como Pablo Méndez. En Sor Juana
Inés de la Cruz convergen el culteranismo y el conceptismo; Rubén Darío mete
el modernismo en la lengua española, el simbolismo, acendra el casticismo y se
convierte en un dios mayor de la musicalidad de la palabra. Juana de Ibarbourou
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del erotismo del amor. Coetáneos nuestros, Sáez-Angulo erotiza con tono ibar-
bouresco y Méndez busca el agua que pueda calmar su sed. Julia Sáez-Angulo,
también crítica de arte, ha escrito con continuidad de la obra de Otsuki, lo que
avala su presencia y su elección.
«Yuri» es fiel a lo que ama: una mentalidad japonesa a la que ni quiere ni
puede renunciar, y muchos hábitos españoles, pasados por la estructura herreria-
na escurialense. Fantásticos su desparpajo y su bendita ironía: uno se encuentra
un mar en llamas, a Rubén ante unas reencarnaciones misteriosas, a damas na-
vegando con efebos entre mares de estrellas, a Homero en una suerte de espacio
metafísico, que evoca a De Chirico; una brazada de amanecer con un Monaste-
rio en lontananza, mientras los paraguas del entrelubricán protegen su misterio,
en solitarios callejones venecianos, que canalizan su llanto y el lamento de los
poetas que no saben que no están solos. Porque cada poeta cuenta con un alma
que le adora, en el abismo de la obscuridad o la distancia, sépalo o no.
                                                                                                                Tomás Paredes
                                                                                                                Presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte/AICA Spain
Yurihito Otsuki viene del temblor orgiástico de diez mil islas adolescentes; de
una crisálida que rivaliza con la flor de los cerezos; de un simbolismo interioriza-
do de las obras de Blake, Odilon Redon y Moreau. De Poe, ese misterio germinal
que armoniza y embriaga. Del onirismo de Albert Pinkham Ryder. De una in-
quietud intelectual tocada por las antenas de la eternidad, que le convierte en un
tanka construido con el sonido de un koto que organa cantos augurales, Gonzalo de Berceo habla de los bosques
«en cuya sombra suelen las aves organar».
Y en estas, me muestra su empresa actual, y me pide que me una a su ven-
tura, en Visiones de la poesía. ¿En qué consiste esta prueba de fidelidad y creati-
vidad del pintor gurriato? Su sensibilidad ha conectado con los mundos de Sor
Juana Inés de La Cruz, Rubén Darío y Juana de Ibarbourou, de una parte, la
proyección americana de la lengua española y su vitalidad. De otra, dos poetas
cercanos a su andadura existencial, por motivos distintos: Julia Sáez-Angulo y
Pablo Méndez. De cada uno ha elegido cuatro poemas, que aquí acompañan a
las pinturas correspondientes, traduciéndolos en otras tantas visiones.
¿Cómo se conforma su lenguaje plástico? De un modo particular, en un espa-
cio donde confluyen sinergias de generosas energías ¿Cómo iba a ser si no, la obra
de un japonés mediterráneo! Con una fuerte impronta de Francis Picabia, va cons-
truyendo las escenas y los personajes, propiciando una figuración muy cercana a
la de los pintores de la generación del veintisiete, como Moreno Villa. Yurihito
coge la guitarra y canta un haiku con ritmo de bulería asoleá, como García Lorca
cuando canta a Whitman con cadencias de Rubén y sin esquivar su eco andalusí.
He hablado de pájaros. Y es que Yurihito Otsuki participa del hechizo del
vuelo de los pájaros, que pertenecen a la vida, que no saben de fronteras, que
son de donde vuelan, libres como el aire, limpios y azules. Y todo eso se imbri-
ca en su arte, que emerge de su sensibilidad y su sentimiento.
Ha logrado establecer un icono, que le identifica. Un cante por vidalitas, que
ensambla simbolismo y surrealismo, el pop y Arshile Gorky, el agua y el cielo,
sueño y realidad, ofreciendo unas estampas oníricas, metafísicas, por donde se
pasea una personalidad única. Yurihito echa mano de todo: de lo religioso y lo
pagano, del catolicismo y el budismo, del amor y el desamor, del desenfreno
orgiástico de la lengua de Rubén y del barroquismo teresiano de Sor Juana Inés,
de la luminosidad de Juana de Ibarbourou y de la interiorización de Julia Sáez-
Angulo; del mundo clásico y de lo actual, como Pablo Méndez. En Sor Juana
Inés de la Cruz convergen el culteranismo y el conceptismo; Rubén Darío mete
el modernismo en la lengua española, el simbolismo, acendra el casticismo y se
convierte en un dios mayor de la musicalidad de la palabra. Juana de Ibarbourou
desnuda y afianza el papel de la poeta, de la mujer que escribe, sin requilorios,
del erotismo del amor. Coetáneos nuestros, Sáez-Angulo erotiza con tono ibar-
bouresco y Méndez busca el agua que pueda calmar su sed. Julia Sáez-Angulo,
también crítica de arte, ha escrito con continuidad de la obra de Otsuki, lo que
avala su presencia y su elección.
«Yuri» es fiel a lo que ama: una mentalidad japonesa a la que ni quiere ni
puede renunciar, y muchos hábitos españoles, pasados por la estructura herreria-
na escurialense. Fantásticos su desparpajo y su bendita ironía: uno se encuentra
un mar en llamas, a Rubén ante unas reencarnaciones misteriosas, a damas na-
vegando con efebos entre mares de estrellas, a Homero en una suerte de espacio
metafísico, que evoca a De Chirico; una brazada de amanecer con un Monaste-
rio en lontananza, mientras los paraguas del entrelubricán protegen su misterio,
en solitarios callejones venecianos, que canalizan su llanto y el lamento de los
poetas que no saben que no están solos. Porque cada poeta cuenta con un alma
que le adora, en el abismo de la obscuridad o la distancia, sépalo o no.
                                                                                                                Tomás Paredes
                                                                                                                Presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte/AICA Spain
Yurihito Otsuki viene del temblor orgiástico de diez mil islas adolescentes; de
una crisálida que rivaliza con la flor de los cerezos; de un simbolismo interioriza-
do de las obras de Blake, Odilon Redon y Moreau. De Poe, ese misterio germinal
que armoniza y embriaga. Del onirismo de Albert Pinkham Ryder. De una in-
quietud intelectual tocada por las antenas de la eternidad, que le convierte en un
tanka construido con el sonido de un koto que organa cantos augurales, Gonzalo de Berceo habla de los bosques
«en cuya sombra suelen las aves organar».
Y en estas, me muestra su empresa actual, y me pide que me una a su ven-
tura, en Visiones de la poesía. ¿En qué consiste esta prueba de fidelidad y creati-
vidad del pintor gurriato? Su sensibilidad ha conectado con los mundos de Sor
Juana Inés de La Cruz, Rubén Darío y Juana de Ibarbourou, de una parte, la
proyección americana de la lengua española y su vitalidad. De otra, dos poetas
cercanos a su andadura existencial, por motivos distintos: Julia Sáez-Angulo y
Pablo Méndez. De cada uno ha elegido cuatro poemas, que aquí acompañan a
las pinturas correspondientes, traduciéndolos en otras tantas visiones.
¿Cómo se conforma su lenguaje plástico? De un modo particular, en un espa-
cio donde confluyen sinergias de generosas energías ¿Cómo iba a ser si no, la obra
de un japonés mediterráneo! Con una fuerte impronta de Francis Picabia, va cons-
truyendo las escenas y los personajes, propiciando una figuración muy cercana a
la de los pintores de la generación del veintisiete, como Moreno Villa. Yurihito
coge la guitarra y canta un haiku con ritmo de bulería asoleá, como García Lorca
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He hablado de pájaros. Y es que Yurihito Otsuki participa del hechizo del
vuelo de los pájaros, que pertenecen a la vida, que no saben de fronteras, que
son de donde vuelan, libres como el aire, limpios y azules. Y todo eso se imbri-
ca en su arte, que emerge de su sensibilidad y su sentimiento.
Ha logrado establecer un icono, que le identifica. Un cante por vidalitas, que
ensambla simbolismo y surrealismo, el pop y Arshile Gorky, el agua y el cielo,
sueño y realidad, ofreciendo unas estampas oníricas, metafísicas, por donde se
pasea una personalidad única. Yurihito echa mano de todo: de lo religioso y lo
pagano, del catolicismo y el budismo, del amor y el desamor, del desenfreno
orgiástico de la lengua de Rubén y del barroquismo teresiano de Sor Juana Inés,
de la luminosidad de Juana de Ibarbourou y de la interiorización de Julia Sáez-
Angulo; del mundo clásico y de lo actual, como Pablo Méndez. En Sor Juana
Inés de la Cruz convergen el culteranismo y el conceptismo; Rubén Darío mete
el modernismo en la lengua española, el simbolismo, acendra el casticismo y se
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bouresco y Méndez busca el agua que pueda calmar su sed. Julia Sáez-Angulo,
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avala su presencia y su elección.
«Yuri» es fiel a lo que ama: una mentalidad japonesa a la que ni quiere ni
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metafísico, que evoca a De Chirico; una brazada de amanecer con un Monaste-
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en solitarios callejones venecianos, que canalizan su llanto y el lamento de los
poetas que no saben que no están solos. Porque cada poeta cuenta con un alma
que le adora, en el abismo de la obscuridad o la distancia, sépalo o no.
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